Edificios en ruinas, manchas de sangre en un asfalto cubierto con vidrios rotos y un aire pesado a la respiración marcan el camino hacia el desolador hueco que queda en el puerto de Beirut tras la explosión del pasado martes que dejó al menos 135 muertos y miles de heridos.
Nabin Emboz limpia lo que queda de su pequeña librería. Su negocio como tantos otros no pudo resistir y fue fulminado por la onda expansiva de la deflagración causada el martes por la combustión de cerca de 3.000 toneladas de nitrato de amonio contenidas en un almacén del puerto la capital libanesa.
«Todo lo que le pido a este sistema es que al menos haga pagar al responsable de todo esto», dijo Emboz con una indignación que trataba de tapar con sarcasmo.
«Supongo que tendré que tomarme un año de vacaciones obligatorias», añadió.
El ministro de Salud libanés, Mohamed Hasan, informó de que al menos 113 personas han muerto, una cifra que una fuente de ese mismo Ministerio amplió en declaraciones e indicó que entre muertos y desaparecidos hay 135, aunque no especificó cuántos de cada uno. El número de heridos supera ya los 5.000.
