Este es «el colegio más bonito del mundo», y está en Madrid.
Existe un rincón entre Chamartín y el Monte de El Pardo cuya estructura no pasa desapercibida. Es el Colegio Alemán de Madrid, descrito como el «más bonito del mundo».
Así lo certificó el premio que obtuvo en el World Architecture Festival, el evento mundial más importante del sector de la arquitectura; un año después de su inauguración en 2015 en el barrio de Montecarmelo.
Obra del estudio berlinés Grüntuch Ernst, el moderno edificio supuso el mayor proyecto de construcción civil de Alemania en el extranjero.
Inspirados por su privilegiada ubicación al norte de la ciudad y abierto hacia la sierra de Madrid; los arquitectos Erik Behrends y Florian Felsusaron el blanco del hormigón visto como color dominante del edificio en contraste con algunas notas de tonos más vivos en el interior.
Pero lo que verdaderamente le otorga su seña de identidad es su característica fachada con forma de trapecio y la estructura hexagonal de sus edificios.
Las tres construcciones principales de Infantil, Primaria y Secundaria -cada una con su propio patio interior-; y las áreas comunes -el comedor, el salón de actos con 750 asientos y las instalaciones deportivas-; conforman un conjunto orgánico que ocupa una superficie de 27.000 m² dentro de un terreno de 34.000 m².
Todas estas zonas se distribuyen en torno a patios semicubiertos cuyos techos albergan una serie de aberturas de forma poligonal por donde se cuela el sol; formando un juego de luces y sombras que cambia a lo largo del día.
Nada más entrar en el colegio se respira una sensación de amplitud.
«Esto es debido a que el espacio fluye por debajo del edificio, comunicando los patios entre sí», explica Andreas Aumann; jefe del departamento de Arte del centro y encargado de mostrarnos su arquitectura sencilla y tradicional, pero con aire innovador.
El complejo está concebido como un paisaje geométrico que también busca adaptarse a las condiciones climáticas.
«El hormigón es un material que tiene capacidad de funcionar como almacenamiento.
Por ello utilizamos un sistema de climatización natural que ya usaban los romanos hace 3.000 años: el aire del entorno se lleva a través del laberinto térmico situado debajo del edificio para regular su temperatura; de forma que se calienta o se enfría en función de las necesidades«, explican los arquitectos.
El uso de este sistema les valió también el premio de Arquitectura y Energía del Ministerio de Economía Alemán; entre otros muchos reconocimientos.
Los alumnos de 4º de ESO del Colegio Alemán también han tenido palabras para el edificio en el que estudian, destacando su gran luminosidad; sus amplios espacios dedicados a las actividades deportivas y la sensación de estar en un campus universitario en vez de en un colegio.
Dotado de innovaciones en tecnología domótica; el edificio inteligente también cuenta con placas fotovoltaicas.
«Todas las construcciones pagadas por el Gobierno alemán tienen que cumplir ciertos requisitos de sostenibilidad», explica su director Frank Müller; que lleva siete años y medio al frente de esta institución.
Müller se siente orgulloso de los numerosos reconocimientos que ha cosechado el centro en los últimos años, pero siempre desde la modestia.
«Para nosotros es importante tener una identidad, pero también lo es la pedagogía, porque se trata de dar más opciones y espacios a los estudiantes y esto lo tenemos ahora», afirma Müller.
«Lo que queremos es encontrar en los alumnos el orgullo de pertenecer a este colegio, pero no porque sea el más bonito. Ser un lugar que les prepare de la mejor forma posible para la universidad y para el futuro. Esto es lo que hace al colegio realmente exitoso y bonito», concluye.
Historia centenaria
1. Inicios. El Colegio Alemán de Madrid fue fundado en 1896 -acaba de celebrar su 125 aniversario-. Tuvo su primera sede en la calle de San Jerónimo; desde donde se trasladó a las calles Espalter; Fortuny y López de Hoyos sucesivamente, antes de ocupar la sede de Concha Espina.
2. En el centro de Madrid. El edificio de Concha Espina fue construido en 1961, pero decidieron trasladarse porque se les había quedado pequeño. «Antes, el concepto pedagógico era el de enseñar y aprender; pero ahora este es mucho más amplio. Por ello; necesitábamos más espacio, para poder atender a la individualización educativa de los alumnos y a las necesidades de digitalización»; explica el director Frank Müller.
3. Nueva ubicación. Se tardaron tres años en construir el nuevo edificio; para el que el gobierno alemán invirtió 60 millones de euros.
Con información de El Mundo
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