Un año después de que la Organización Mundial de la Salud decretase la pandemia global de la COVID-19, el deporte ha cambiado radicalmente su forma de entender la experiencia, tanto para los deportistas profesionales como para los medios de comunicación y los aficionados.
365 Días después del anuncio de la pandemia, contemplar las gradas de los estadios vacías ya se ha convertido en una imagen recurrente. El público se ha tenido que acostumbrar a consumir más que nunca deporte por la televisión y por los diferentes formatos audiovisuales que han cambiado la experiencia presencial por una totalmente virtual.
Los protocolos de seguridad diseñados por las diferentes organizaciones que rigen el deporte han provocado que, por ejemplo, en el fútbol, los entrenamientos se desarrollen siempre a puerta cerrada, el uso de las instalaciones de cada club esté medido al milímetro por cada trabajador, los vestuarios se usen lo mínimo e imprescindible y el control a jugadores y cuerpo técnico, con test y PCR, sea frecuente todas las semanas antes de los desplazamientos.
En los estadios, la ausencia de público se suple con megafonías que simulan la presencia de aficionados aunque, como reconoce la gran mayoría de futbolistas, jugar sin gente iguala más las fuerzas y hacerlo de visitante no supone el hándicap de antaño.
Esa ausencia de público sí que está beneficiando a muchos jugadores de baloncesto, como se desprende de los récords de anotación que se están registrando en la NBA. «Es evidente que sin público hay mucha menos presión y, por tanto, se juega más suelto, asumiendo más riesgos y con menos miedo a fallar», declaró hace unos días Sergio Scariolo, seleccionador español de baloncesto y entrenador ayudante en Toronto Raptors.
La gran caravana del tenis, con cientos de jugadores moviéndose por el mundo de torneo en torneo, también se ha visto afectada enormemente. Primero por la cancelación de grandes eventos (Wimbledon), segundo por el aplazamiento de torneos a otras fechas no habituales (Roland Garros se disputó en septiembre y octubre de 2020) y tercero por los protocolos de seguridad de cada país, como la cuarentena obligatoria de diez días que tuvieron que guardar los tenistas para jugar el Abierto de Australia.
Cuarentena que también tuvieron que respetar jugadores de badminton como Carolina Marín al comienzo de este 2021 al llegar a Tailandia o los deportistas de nieve en Finlandia, antes de disputar pruebas de la Copa del Mundo de snowboard y esquí.
El ciclismo, pese a ser al aire libre, también se ha tenido que reinventar. Las tres grandes rondas (Tour de Francia, Vuelta a España y Giro de Italia) se disputaron entre septiembre, octubre y noviembre, sin público, y con protocolos sanitarios muy exigentes, contemplando incluso la posibilidad de expulsar a un equipo que tuviera dos casos de coronavirus durante la prueba.
Una de las carreras más afectadas fue la Vuelta a España, que inicialmente estaba prevista que comenzara en Países Bajos y finalmente inició su recorrido en el País Vasco, recortando en tres etapas el plan inicial.
En el atletismo se han notado especialmente las consecuencias de la pandemia en las carreras populares, un fenómeno cada vez más numeroso que incluso había generado una industria propia con miles de aficionados viajando por todo el planeta en busca de nuevos retos, mezcla de turismo y deporte.
Maratones icónicos como los de Nueva York, Boston, Berlín, Tokio, Chicago o Madrid cancelaron sus ediciones en 2020. Londres y Valencia se reinventaron y, en vez de celebrar su fiesta con miles de corredores en sus calles, optaron por una edición reducida solo para atletas de elite.
El deporte, cada vez más virtual, con conferencias de prensa en formato telemático y un papel protagonista de las redes sociales, afronta con muchas incógnitas el futuro inmediato, en el que sobresalen dos grandes citas deportivas a nivel internacional, los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de Tokio.
Aplazados de 2020 a 2021, tanto los comités organizadores como el Gobierno de Japón insisten en que ambos se celebrarán. La experiencia será radicalmente distinta a las anteriores ediciones. La prohibición de entrada a turistas y la reducción de medios de comunicación harán que la tecnología, sobre todo a nivel informativo, sea el soporte clave de difusión de un evento ante el que todo el planeta dirige sus miradas.