Erik Lamela renunció Barça por temor. En la Serie A de la 2012-2013, Erik Lamela (Carapachay, Buenos Aires; 1992) marcó ocho goles en sus primeras 12 jornadas. Vestía el rojo imperial de la Roma.
Le entrenaba Zeman, un enemigo de los circunloquios. Su noble y ofensivo 4-3-3, con Lamela partiendo desde la derecha, ilusionaba. Hasta Giannini, Il Principe, leyenda de los italianos, tuvo unas generosas palabras para él: «Lamela tiene potencial para convertirse en un grande. Podría ser el Totti que irrumpió en la Roma hace doce o trece años».
Erik Lamela renunció Barça por temor
El fuego devino en ceniza. El equipo giallorosso ni siquiera se clasificó para Europa, perdió la final de Coppa frente a su viejo rival, la Lazio, y el fantasista carapachense fue traspasado por 30 millones al Tottenham Hotspur.
Él quería seguir creciendo pero, en Londres, su fútbol se debilitó. La chispa, la imprevisibilidad, se convirtió en una sucesión de funcionariales desbordes.
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De la cima al páramo. Un puñado de goles, una final de Champions que vivió desde el banquillo, y una lenta cuesta abajo hasta que el Sevilla le sacó de la indolencia.
Le sobraba talento pero le faltaba regularidad. Ni Pochettino, ni Mourinho, ni Mason confiaron. Era un revulsivo. Un afilado refresco. Poco más.
El traspaso de Bryan Gil al club inglés ha convertido al extremo en un turista accidental en Sevilla. Como en aquel arranque de ensueño en Roma, Lamela se ha ganado el destello de todos los focos con sus tres goles en los dos primeros partidos disputados en Liga.
En ambos entró desde el banquillo tras el descanso. Frente al Rayo, sus tantos dieron tranquilidad. Pero especial fue el pasado lunes, frente al Getafe, porque su acierto pesaba tres puntos.
En un encuentro romo y que caminaba inexorable hacia el cerocerismo, Lamela mandó a la red un balón repelido por el palo tras disparo de Mir.
Con información de El mundo
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