Algunos madrileños le dicen “Adiós” a la calefacción.
A Aurora están a punto de cortarle la luz, Viviana no se puede permitir el lujo de encender la calefacción y Alison es la primera de la fila para pedir velas.
En las colas del hambre, ya no sólo se demandan alimentos de primera necesidad, sino que, con la llegada del frío, la pobreza energética golpea con fuerza a las familias más desfavorecidas.
-¿No tendrá una manta?- pregunta una chica joven.
-Se nos han agotado, cariño. Tenemos que comprar más – responde Conrado Giménez, presidente de la Fundación Madrina.
Velas, mantas, linternas y estufas de gas butano son ahora los objetos más preciados.
«El recibo de la luz ha cruzado la frontera y el límite que la gente más humilde podía pagar», declara Giménez.
La indignación corre como la pólvora encendida entre los ciudadanos más vulnerables que asisten impotentes ante la escalada de la factura eléctrica y la subida de la cesta de la compra.
«Cuando vi el recibo, casi me da un infarto. Lo más caro que había pagado eran 23 euros al mes, pero la última factura ha sido de 46 euros. Por eso vengo a pedir dos paquetes de velas», relata Alison Chaer, dominicana que lleva 17 años en España.
El termómetro marca dos grados y hace un frío helador en la cola de la Fundación Madrina, situada en el distrito de Tetuán.
Aurora aguarda para rellenar el papeleo.
La burocracia también ha llegado a las colas y ahora para poder obtener los alimentos hay que completar unos documentos.
Vive con 402 euros al mes en una casa del Ivima en Usera y tiene una hija discapacitada de 5 años y otro de 15.
Su pareja trabajaba en la construcción, pero lleva un año en paro.
«Me van a conseguir mantas porque no puedo poner la estufa. Tampoco puedo pagar la luz. Dormimos todos juntos en el comedor para tener más calor. El año pasado pagaba 60 euros por dos meses con el descuento del abono social y este año me ha venido un recibo de 95 euros», atestigua Aurora.
«Le pediría a Pedro Sánchez que viva un día en nuestras casas con lo que vivimos nosotros», añade enfadada.
Las colas ya no son tan numerosas como lo fueron en los peores momentos de la pandemia; pero la gente que acude se encuentra en una situación cada vez más precaria.
La Fundación Madrina alerta de que la crisis económica y el ascenso de precios tras la pandemia han sido la estocada final que faltaba para muchas familias vulnerables; especialmente, las que tienen niños a su cargo.
EL GAS BUTANO, POR LAS NUBES
Como solución provisional, en muchas casas se están pasando al gas butano, pero los precios también se están disparando.
«La bombona ha pasado de 13 a 20 euros y las estufas de gas costaban 24 euros el año anterior y éste valen 80 o 120 euros. Las familias no llegan para poder pagar el alquiler y la luz.
Algunas pagan un mes sí y otro no para que no se la corten. Es una deuda que se va acumulando», se lamenta Conrado Giménez.
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En la Fundación Madrina también empiezan a escasear las velas, ya que hay una carencia mundial de parafina; un derivado del petróleo que es el principal ingrediente para la producción de cirios.
Los trucos para ahorrar en la luz se han convertido en una obsesión para numerosas familias.
En muchas casas, ya sólo funciona una bombilla, se organizan para cocinar rápido y tampoco se pone el calentador para la ducha de agua caliente.
«Por la noche no encendemos la luz ni tenemos televisor. Nos entretenemos con el teléfono móvil», alega Manuela.
Viviana Pintado reside en un piso con sus suegros que la acogieron después de que no pudiera pagar el suyo.
En la vivienda, situada en Tetuán, reside el matrimonio y sus dos hijos junto a sus suegros y otras dos cuñadas.
«Si no nos hubieran echado una mano, estaríamos en la calle. A mi marido se le acaba el paro ahora. Yo siempre he estado trabajando, pero no encuentro nada. En casa ya no ponemos la calefacción. No nos podemos permitir ese lujo», asegura Pintado, española de origen ecuatoriano.
OKUPAS CON INGRESO MÍNIMO VITAL
Adoración y Luisa charlan animadamente en las escaleras de la parroquia de Santa María Micaela y San Enrique; mientras aguardan su turno. Se encuentran rodeadas de niños y es difícil hablar con ellas entre el griterío infantil.
Ellas no tienen problemas para pagar la luz. Ambas están de okupas y cobran el Ingreso Mínimo Vital. «Vivo desde hace dos años y medio en un piso del Ivima en Vallecas.
A mí la policía me dijo: «Tú con dos hijos, no te menées de aquí», contesta a duras penas Adoración, mientras intenta sujetar a su hijo de año y medio que no para quieto ni un minuto.
A su lado se encuentra Luisa con su nieto en brazos, que duerme como un bendito.
Con cuatro hijos y 420 euros del Ingreso Mínimo, asevera que no llega a fin de mes.
«Si me dejaran el pisito de okupa con una cuota baja, me lo quedaría. Yo no me niego a pagar el alquiler; me llevo muy bien con los vecinos, aunque me vean gitana. Cuando necesito ayuda, me la dan», expone Luisa Escudero.
A sus 38 años, Luisa no sabe leer ni escribir y acude a un cursillo cuando puede para aprender.
Y prosigue con su lista de peticiones: «Me gustaría que me dieran también la tarjeta de alimentos porque lo paso muy mal. ¡Ojalá me pusieran con la ayuda de Dios un pisito de alquiler! Ahora que vienen los Reyes Magos; ¿qué hago yo?», se pregunta.
El presidente de la Fundación Madrina pinta un futuro negro ante la subida de los precios de la energía, la vivienda; los alquileres, la cesta de la compra y el transporte.
«Las familias vulnerables en las ciudades están atrapadas en una burbuja inmobiliaria y de deuda que podría explotar en breve.
Las situaciones familiares son cada vez más de extrema pobreza», concluye Giménez.
Con información de El Mundo
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