Hace poco más de un mes, muchos vimos la noticia de un hombre peruano que asesinó a un joven venezolano.
Me bastó una vuelta por las redes sociales, ponderando impresiones y versiones, algunos decían que el homicidio obedecía a razones de xenofobia, mientras otros daban por cierto que se trataba de un crimen pasional, una culebra personal, una razón cualquiera.
Y hoy me veo movido a escribir, porque leer aquella incesante búsqueda de razones y contrapunteos que pretendían dar con la razón del asesinato me encendió unas señales de alarma como político, como venezolano y como hombre que cree en la Democracia.
Sea cual fuera la razón que determinen policialmente, si hay algo innegable es que a ese joven lo mataron porque estaba en Perú.
Si ese joven no hubiera salido de esa tragedia en la que se convirtió Venezuela, esa tragedia no habría ocurrido. No ésa. No así ni ahí.
Hemos llegado a un punto límite: cada muerte, cada ausencia, cada distancia, cada penuria, cada dolor que viven los venezolanos dentro y fuera del país tiene unos responsables de origen, quienes llegaron al Poder en 1998, y unos prolongadores agravantes del dolor y de la crueldad que no son otros que los usurpadores de Miraflores.
Las razones que condujeron a esta crisis son muchísimas. El asunto es que cuando uno se forma como abogado aprende que hay dos elementos en la responsabilidad penal: la culpa y el dolo. Así que hay acciones dolosas y acciones culposas.
Dicho rápido y escasamente, para quienes no lo sepan, el dolo es la intención que puede haber detrás del crimen. Es decir: cuando alguien hace algo perjudicando a alguien más buscando un resultado intencionado, eso es una acción dolosa. En cambio, las acciones culposas son aquellas en las que alguien sale perjudicado por una acción cometida sin intención, pero que igual genera un daño.
Y ahí aparece mi alarma, esta alarma que quizás incomodará a muchos, pero espero que la inteligencia política les permita leerme con ánimo reflexivo: hemos fallado y es hora de asumirlo con todo lo que eso implica y tomar las acciones para rectificar. Acciones concretas y necesarias.
Hemos hecho muchos sacrificios personales en la lucha por recuperar la Democracia. Yo soy un caso patente, porque si hay algo incuestionable en las luchas contra las dictaduras es el rotundo padecimiento que significa la cárcel en condición de preso político. Sin embargo, nos hemos propuesto sacar al régimen del Poder y sustituirlo por la vía de unas elecciones libres y cada acción, cada estrategia y cada uno de esos sacrificios han sido insuficientes.
Y con esto no quiero decir que no lo lograremos ni que abandonemos la lucha, pero no podemos evadir las responsabilidades que nos competen ante un hecho: la dictadura de Nicolás Maduro sigue ahí. Y esa dictadura está cometiendo, de manera sistemática y cruel, un genocidio doloso que pone cerca de la muerte a cada persona que desatiende en medio de una pandemia, a cada familia que no sabe qué comerá hoy, a cada víctima del hampa y de la violencia, a cada uno de esos caminantes que salen de las fronteras hasta donde le alcancen las fuerzas, a cada víctima de xenofobia, a cada venezolano que entra en depresión, a cada preso político y sus familiares, a cada estudiante que ve cómo le roban su futuro y a cada muchacho del barrio que siente que las opciones viables son la trampa, el guiso, el crimen.
Nicolás Maduro es el asesino doloso, pero si no rectificamos de inmediato terminaremos transformados en cómplices culposos.
Y no faltará quien me cuestione la categoría, pero entiendan algo: no estoy hablando de Derecho Penal. Intento hablar de Política.
Somos muchos los que hemos dedicado nuestra vida, o al menos la última década, a salir de esta tragedia. Son muchos los venezolanos que nos acompañaron en las calles y en las acciones políticas cuando se lo pedimos. Son muchos los que siguen en las cárceles por las acciones valientes que han tomado y aún quedan muchos secuestrados y desaparecidos.
Sé muy bien que, de no habernos dedicado en cuerpo y alma esto, la situación podría estar peor, porque aunque haya quien no pueda creerlo esto se puede poner peor: ahí está la encrucijada de Siria y la profunda desesperanza que la dictadura ha instalado en su gente; ahí en la historia está la hiperinflación de Hungría en 1946; todavía en mi familia duele cuando se recuerda el Período Especial cubano y ahí están los miembros de UNPACU con una huelga de hambre y sus consecuencias.
Hemos llegado a un punto necesario en el que debemos decir de frente que no hemos logrado el objetivo por el cual el Pueblo de Venezuela votó el 6 de diciembre de 2015, propinándole una derrota a la dictadura de la que nunca pudieron recuperarse.
Nosotros prometimos un cambio que no se ha dado. Y decir que lo hemos intentado no basta, así como tampoco le basta a la oposición que se considera (a sí misma) más radical seguir cacareando propuestas huecas y vendiendo humo, diciendo cómo se deberían hacer las cosas que no se atreven a empezar a hacer.
Ni intentarlo ni advertirlo ha sido suficiente: el Pueblo votó por un cambio de régimen y porque se vaya Nicolás Maduro, porque ese mismo Pueblo sabe que sólo con la salida de Nicolás Maduro y sus cómplices es posible recuperar la Democracia y permitirle a Venezuela entrar en el siglo XXI, cuando la dictadura ni siquiera ha sido capaz de conseguir vacunas cubanas ni vacunas rusas, en buena medida por indolentes y en buena medida por tener las manos llenas de sangre.
Y aquí viene la parte más dura para mí como político, porque yo no soy un líder político, pero sí soy un político.
En este momento, cuando lo único decente que se puede hacer es reflexionar, asumir y revisarse, no habría error más grande que empezar a justificarse diciendo que hemos tenido buenas intenciones o que no somos los responsables directos de la tragedia nacional en la que se convirtió Venezuela.
Debemos reconocer que no lo hemos logrado y que sólo nosotros y nadie más tiene la culpa.
Y es por eso que el día que ese joven fue asesinado a sangre fría en Perú, además de conmovido también me sentí culpable.
Si él se fue huyendo de Venezuela lo hizo porque no hemos sabido resolver la crisis. Y razones y excusas puede haber muchas: que si Maduro, que si China, que si Rusia, que la geopolítica, que si las FARC, que si el G2 cubano, que si las dictaduras modernas. La vaina es que ninguna de esas excusas va a revivir a ese joven ni van a regresar a millones de venezolanos que se fueron buscando una mejor vida porque ni siquiera pudimos construir una idea de futuro que los motivara a quedarse y construirla con nosotros.
Ninguna excusa ocultará esa realidad.
¿El régimen de Nicolás Maduro es ilegítimo? Sí.
¿Hemos hecho una férrea oposición? Sí.
¿La dictadura la tendría más fácil sin el movimiento opositor y sin el gobierno interino? Sí.
Yo estoy seguro que Nicolás Maduro, Diosdado Cabello, los hermanos Rodríguez y sus camarillas desearían no tener a Venezuela por cárcel, una acción conseguida por el Gobierno Interino presidido por Juan Guaidó. También sé que a los cabecillas y sus familiares les duele en el alma no poder ir a ver a Mickey Mouse. También sé que querrían poder robarse los activos de CITGO o el oro que está en Inglaterra y no tener que conformarse con robar el oro del Arco Minero y echarse en contra el apoyo de la izquierda ecologista latinoamericana, entre otras fuerzas aliadas que ya no ls quieren en la foto.
Todo eso es cierto, pero las verdades hay que decirlas completas: no lo hemos logrado y no basta con lo que hemos hecho.
¿Debemos seguir acompañando a Juan Guaidó? Sí, sin duda alguna. Sólo que también debemos revisar la estrategia.
No hablo de convalidar fraudes ni de negociar un CNE con rectores más potables.
Hablo de hacer Política. No niego los méritos ni los sacrificios de la lucha de un Pueblo y de miles de activistas y de los líderes políticos, pero tenemos que cumplir nuestra promesa de 2015.
Venezuela no es un caso perdido: no vivimos un conflicto étnico ni motivado por odios raciales. Aún tenemos una memoria democrática arraigada en la sociedad, pero no dejemos que pase más tiempo.
Cada día que pasa esa memoria democrática se borra un poco. Cada día es una oportunidad que perdemos.
Todos los males del país los creó la crueldad del desgobierno y son responsabilidad directa del régimen de Nicolás Maduro, responsable de este lento y cruel genocidio doloso que lo mantiene en el Poder.
Nicolás Maduro no es Pinochet, ni Videla ni Fidel. Su fuerza y su preparación política son mucho menores. Sin embargo, esto que han instalado es otra cosa. Así que toca replantearnos la estrategia y dejárselo saber al Pueblo, aprendiendo de nuestros errores y de nuestra historia, hasta recuperar la Democracia.
No quiero que el tiempo haga que esta conmoción que siento hoy se transforme en complicidad culposa.
Hay que rectificar: me niego a ser ese cómplice culposo que necesita la dictadura para eternizarse.
ROBERTO MARRERO
Abogado y Ex preso Político Venezolano.