Miguel Bosé: «No he sido fiel en mi vida jamás a nadie. Lo llevo en el ADN»
Recién llegado de México para un maratón de día y medio en el que Miguel Bosé viene a promocionar su primer libro, además autobiográfico.
‘El hijo del capitán Trueno’ abarca desde que nació en un hospital de Panamá en 1956 hasta que, con 21 años, se subió por primera vez a un escenario, el del Florida Park en Madrid.
Pero esta etapa a él, que tiene facilidad para escribir, le ha dado para 480 páginas. «Y he tenido que quitar 300 páginas»; confiesa en conversación con ABC. «Este proyecto comenzó en Panamá; cuando dejé España en 2014, y estaba instalado.
Tuve unas conversaciones con un amigo escritor colombiano y empezamos a hablar de mi vida y me dijo: ‘Escríbelo’.Empecé, lo dejé y lo retomé y a principios del año pasado arranque hasta acabarlo», explica.
Cuando uno lo va leyendo se da cuenta de que o Bosé tiene un don privilegiado para recordar las cosas o ha guardado los diarios que escribía durante el invierno para compartir sus vivencias con Pablo Picasso.
«Esos aún los guardo, pero tengo una memoria sensorial enorme. Recuerdo los detalles, los olores, los ambientes; los diálogos, lo que se dijo… cierro los ojos y lo recuerdo todo. Es bestial», confiesa.
Un don al que le ha dado buen uso en este proyecto. Arranca con uno de los grandes misterios del matrimonio de sus padres; el torero Luis Miguel Dominguín y la actriz italiana Lucía Bosé.
El famoso episodio en Villa Paz (finca familiar en Cuenca) donde Lucía sorprendió a su marido con su prima Mariví; su amante, y otros invitados más.
Allí le pidió el divorcio y la finca se incendió literalmente pero no fue Lucía la que le prendió fuego: «Quien lo quema no se sabe; no se supo… Yo, según nos íbamos alejando en el coche, veía las llamas.
Al ir de camino ya tuve el presentimiento de que no iba a volver nunca más y que iba a pasar algo muy gordo».
A Miguel no le importa decir que sus padres no eran normales y su entorno tampoco.
Algo que marcó su infancia y el resto de su vida. «Mis amigos de ahora son de todos los ámbitos, la mayoría anónimos; tengo pocos amigos famosos en mi entorno diario.
En aquella época, cuando abrías la puerta, cualquier personaje que entraba era una celebridad, eso hoy no pasa.
Ahora llega una celebridad y mis hijos me dicen ‘papi ese es tal’ y digo sí. Pero en aquella época era así, pero no solo en mi casa, también en la de las Flores, porque se mezclaban entre ellos».
Miguel Bosé: Infancia feliz
A pesar de que en su mansión de 1.400 metros de Somosaguas había fiestas que duraban dos días seguidos mientras él iba y volvía del colegio; pudo ser feliz. «Las cosas feas y duras pasan en todas las vidas, pero a nivel olimpo tienen más repercusión y estallan más grueso.
Las épocas de Villa Paz, o las del Liceo Francés como estudiante fueron maravillosas; pero todo acabó mal y pronto. A los once años mis padres se separan, fue una vida corta».
En aquella época imagino que ni siquiera se planteó acudir a un psicólogo porque no existían: «Nada, las cosas entonces según iban sucediendo había que sobrevivir a ellas.
Entonces las solucionabas si o sí». Hace 25 años que su padre murió y aún se pregunta en el libro en qué le falló: «No llenaba sus expectativas, el heredero de Luis Miguel Dominguín; el Dios sobre la tierra en aquella época tenía que ser cazador, rudo, bruto; mujeriego y decir tacos y yo no hacía nada de eso.
Yo tenía demasiada sensibilidad, me gustaba la lectura, la Biología, viajar en el atlas, tenía un mundo que no comprendía».
Y tiró la toalla con apenas once años: «Sí, hubo una separación después del safari, yo abandono la posibilidad de ser su hijo; y a los pocos meses se separaron. Entonces dije sabes que chao papá».
Entonces comenzó su vida con su madre, sus hermanas, la que él define en blanco y negro: «Sin calefacción, con mucha miseria; con mucha dignidad, manteniendo las apariencias, pero no estaba ya mi padre.
Fueron unos años terribles, pero no estaba él, que tocaba los cojones por todos los lados».
Los Dominguín-Bosé era una familia delante de los flashes y otra totalmente fragmentada en la vida real: «Pero no solo la mía hacía el paripé delante de los flashes. Eran todas las de aquella época».
Quizás por eso en su vida ha actuado de forma muy distante con la prensa. «No lo que pasa, es que los tiempos cambian. La prensa, en aquel entonces, no era tan intrusiva.
Tenías que llamar para que viniese y te retratase y te hacían reportajes que eran tremendamente respetuosos.
El paparazi nace en los años 60 pero ya bien entrados en Italia en una película de Fellini.
Y empieza una intrusión en que los respetos se pierden.
Se generaliza, si estos permiten esto tú tienes que permitir lo que los demás.
No mire, yo planteo mi vida de otra manera.
Yo quería tener en mi vida privada la paz y serenidad que buscaba y luego mi trabajo era público y lo compartía con la gente y con el mundo.
Pero otra cosa era Miguel», reivindica.
De su padre se ha contado hasta la saciedad que tenía amantes, grandes señoras de la sociedad española y grandes actrices.
Tampoco su madre, según cuenta Miguel, se quedó sola soportando la cornamenta, sino que tuvo muchos amantes también; aunque anónimos. «En el libro cuento los celos que yo tenía por ese tema con mi madre.
Leer más: Científicos españoles descubren que el ácido palmítico fomenta el cáncer
Yo no he sido fiel en mi vida, jamás a nadie. Lo llevó en el ADN (ríe)».
También dedica espacio en el libro para confesar que Marisol fue su amor platónico.
A ella le escribía cartas diciéndole lo mucho que le gustaban sus películas y pidiéndole una foto dedicada.
«Fue una vez a mi casa, todos lo niños de España estábamos enamorados de ella y todas las niñas querían ser Marisol.
Mis primas Carmen y Belén Ordoñez iban al modisto y copiaban los modelos de sus películas». Cuando la joven actriz se ennovia con Goyanes empieza a frecuentar las fiestas de los padres de Miguel.
«Yo era joven, tenía 15 años. La miraba, saludaba, tenía un carisma brutal, bella a rabiar, era un ángel».
Y no le sorprende que haya querido borrar a Marisol y se haya retirado por completo: «No me sorprende nada, no sabes cómo la entiendo».
A Andrea Broston se refiere como una hermana, niega cualquier tipo de relación con ella.
Si fue corista suya y novia de Camilo Sesto, pero con él no tuvo nada.
Pero si alguien le conoció ese fue el genial pintor Pablo Picasso, en cuya casa de la Costa Azul pasaban él y sus hermanas Lucía y Paola todos los veranos. «Fue como un abuelo; una persona que me enseñó muchas cosas y que me dio mucha atención. Me conocía muchísimo mejor que mi padre.
El me llevó a la primera clase de baile, no sé qué vio en mí, que era especial. Me llevó al colegio, a pintar con él; me enseñaba sus cosas, sobre el arte, y me pedía que le contara yo qué pensaba y eso no me lo pedía nadie. Sentí importante con él».
Sin embargo, la buena relación entre el pintor y su mujer Jacqueline y los padres del cantante se truncó por celos y malentendidos que le impidieron en el verano de 1968 despedirse de él.
Nunca más volvió a verlo y eso le dejó muy tocado. «Lo pasé muy mal pero ya estaba entrenado a cerrar puertas con la separación de mis padres y a no cuestionarme si eso era así o no.
Y desarrollé una determinada frialdad que luego en la vida me ha servido mucho. A veces hay que dar un portazo y no especular si hubiese sido mejor o peor.
Se cierra una puerta, y a por lo siguiente», añade.
Con información de ABC
Síguenos en nuestras redes:
Twitter: @Madridnews24es | Facebook: Madridnews24 | Instagram: Madridnews24