El techno rebrota más allá de las pistas de baile

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Quien lo ha bailado, no lo olvida jamás. Ese ritmo 4/4 que retumba en el pecho y electriza las extremidades, machacón para los padres y liberador en los clubs.

Un «continuo sonoro que nunca se acaba», incluso tras la pandemia y con las salas sin su normalidad.

Así lo parafrasea la recién inaugurada exposición de la Casa Encendida You got to get in to get out, dedicada al techno, el que reina sobre los cuerpos en las pistas de baile y más allá: «sigue vivo», reivindican Carolina Jiménez y Sonia Fernández, comisarías de la muestra.

«Vivo» también en Madrid, que «ha sido un foco fundamental en el techno», recuerda Carolina, nativa de los clubs madrileños; donde ya no tan joven se enganchó a esas «sesiones más techno-techno, de entrar y alucinar con el bombo y ese bajo tan crudos, que son como la expresión máxima de algo animal».

Porque la capital, golpeada tras el caso del Madrid Arena, recibió incluso al pionero y astro Jeff Mills allá por 2015, en el vigésimo aniversario del legendario club Soma.

Baile

«Madrid ha tenido sus momentos de reverberación y flashes, como la época del minimal con DJs que iban a Berlín o con la resistencia contra políticas públicas que han intentado aniquilar la noche»; rememora Carolina como contrapunto a Berlín, donde reside Sonia.

«Allí han apostado por la industria del techno, el baile es motor económico, del mismo modo que Francia protege el cine», compara.

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Aquí el techno «ha sobrevivido buscando resquicios, como los clubs de fumadores», desvela Carolina; o como el que abren con esta exposición donde reclaman su trono underground.

Ellas, después de dos años de investigación, presentan en la Casa Encendida este trabajo colectivo junto a una docena de artistas nacionales e internacionales, que funciona como una remezcla de piezas artísticas, performances; talleres, ciclo de cine, sesiones de música en directo, podcasts y hasta un libro.

Toda una sesión vibrante que, hasta el 9 de enero, pretende elevar la experiencia corporal y sensorial que se experimenta in situ con la escucha de este género electrónico.

Eso que sucede dentro de «una constelación de mundos que quizá fuera no se rozarían, que es lugar de anonimato pero también de comunicación no verbal, donde la gente confiesa lo que no confiesa en otro sitio, y que produce un sentimiento de utopía muy real», detalla Sonia Fernández sobre la pista de baile.

«Un espacio de posibilidad, del que puede surgir lo latente con ese encuentro colectivo», añade Carolina Jiménez.

Techno en las pistas de baile

Es justo a lo que se invita en las cuatro salas expositivas, donde, entre otras propuestas, se recrean la película en 3D del francés Cyprien Gaillard; la instalación de chaquetas bombers y vallas industriales, tan de la cultura techno, de la madrileña Paula García-Masedo; o las esculturas lumínicas de ambientación futurista, de la israelí Alonah Rodeh.

La inmersión sensual busca desterrar las visiones oficiales que existen sobre el techno, desde el relato que ha prescindido del baile como clave de la escena; hasta el cliché sobre su origen y huellas, trazadas más sobre Detroit y Chicago, cuando también llegan hasta Jamaica, África y, por supuesto, Berlín.

Allí, Sonia ya ha podido dejarse llevar en salas míticas: «He bailado con mascarilla, mentalmente me he olvidado de ella. Tenía tantas ganas… Si te cortan el baile, te cortan el lenguaje. El miedo a otro cuerpo, que nos ha metido la pandemia, cuando bailas se pierde». Vacunarse a ritmo de techno.

Con información de EL MUNDO

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